Oxígeno, nitrógeno, hidrógeno y arena. El aire de El Cairo tenía ayer ese componente inesperado (con permiso de su majestad, el dióxido de carbono), y además en cantidades exageradas. Me lo habían anunciado, pero una cosa es escucharlo y otra verlo: A veces hay tormentas de arena que sacuden la ciudad y lo llenan todo de esa materia infinita del desierto. Era una niebla que se mascaba y no dejaba ver ni respirar. El sol, a través de este cristal gaseoso, se confundía con la luna. Era como un eclipse permanente. Y El Cairo, además de grande, lento, torpe y perezoso, se volvió amarillo. El Cairo, ayer, era Homer Simpson.
2 comentarios:
Qué chulo, tío. Te pusiste un pañuelo en la cabeza a lo Lawrence de Arabia?? (Chiste fácil) Aunque sea un coñazo, tuvo que molar. Al menos, ver la tormenta de arena una vez en la vida
Ole!! me encanta eso de: "El Cairo, ayer, era Homer Simpson".
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