¡¡NUEVO!!: Tut-ank-rabon, la faraona y las pirámides.
zar el movimiento. Añadan a los complementos necesarios para salvar la higiene 75 miligramos de salsa de soja, otros tantos de aceite de oliva para recordar el lugar donde empezó el itinerario, dos cucharadas soperas de harina de maíz, sal y pimienta. Cojan medio litro de agua tan transparante como las de esas orillas paradisíacas de las fotos que hay en las agencias de viajes. Pensamos que no existen pero están ahí. La realidad supera a veces a las agencias de viajes. Agua como la del lago Malawi, destino de esta receta. Teniendo como promesa realizable a través del paladar las palmeras, arenas blancas y aguas del Malawi, pongan
el líquido elemento a hervir y añadan, a fuego fuerte como el sol de esas latitudes, el pollo cortado en trozos grandes y salpimentado. Seis minutos después, el tiempo que puede durar la eternidad, saquen el pollo pero guarden el agua. Malawi es un país montañoso que pasa de los 3.000 metros de altura y va descendiendo hacia el lago. Malawi es un wok y ese wok es necesario para freír en aceite de oliva (preferiblemente andaluz, pero esto en Malawi no lo saben) las macadamias. Sin quemarlas porque nos pueden amargar el paladar, la receta, el viaje. Las sacamos y doramos a fuego fuerte, fuego de mediodía en Malawi, el pollo que nos esperaba. Tras 10 minutos, o dos eternidades, bajamos el fuego. La salsa de soja, negra com
o la piel de Malawi, la mezclamos con nuestra piel de harina de maíz y el agua del lago donde cocimos el pollo. Añadimos las macadamias y subimos el fuego hasta que la salsa espese y el deseo se haga inminente en nuestra boca. Dejamos al pollo hacerse en la salsa durante otra vida eterna de cinco minutos. Aterrizamos en la mesa donde unas verduras fritas y un arroz blanco harán el acompañamiento perfecto. Desde Lilongwe, caminos de tierra roja, árboles de verdes inmensos y olores del trópico en su paladar.