Hace dos años mandé un mensaje a Marcella desde Irlanda. Italia acababa de ganar la Copa del Mundo, la cuarta, y yo la felicitaba y le deseaba que disfrutase la fiesta. Era sincero, yo quería que ganase aquella copa Italia después del partidazo de semifinales contra Alemania. Se lo merecían. Y eso, a pesar del trauma generacional que supuso el codazo de Tassoti en el 94. Fui sincero con esa felicitación. También, con un poso de melancolía, le decía en aquel mensaje que a ver cuándo nos tocaba a nosotros, sus queridos españoles, celebrar algo. Ella acababa de regresar de unos meses en Galicia y se ve que había vuelto un poco meiga, porque respondió que muchas gracias y que estaba segura de que pronto también nosotros lo celebraríamos.
Y era cierto. Lo celebré junto a otros españoles dos años más tarde, el pasado domingo, en el Instituto Cervantes de El Cairo. En una noche de alegría y tristeza. Alegría porque la ocasión lo merecía, tristeza porque me iba de Egipto, me alejaba de algunas personas con las que he pasado un tiempo maravilloso, para ir a trabajar a Dubai durante dos meses. Y también por la tristeza de no estar en España en ese momento. Al día siguiente no pude verme en la tele ni en los periódicos, pero salí. Mish munkin.
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