Poco después de llegar y dar orden a mis cosas, pasé junto al balcón y vi un sol gigante poniéndose a lo lejos, en ese punto donde el cielo y el mar se unen. La playa se intuía cerca. Baje a la calle. El calor era aún insoportable. Me encontré grupos de hindúes o paquistaníes o filipinos tirados en el suelo, cansados de una jornada laboral inacabable. Encontré una inmensidad de edificios inmensos todavía a medio hacer. Encontré cochazos. Encontré contrastes. Avancé hacia el mar. Pero hasta las distancias cortas son infinitas en esta ciudad. Al final llegué cerca de la playa. Había una hilera de hoteles gigantes con derecho a atardecer y después otra hilera de villas con más derecho aún. Y yo, lejano, no encontraba el camino para ver el sol y el mar, tapado por los molinos de vientos que son propiedad de los pocos que se pueden comprar una villa en Dubai Marina. Al final encontré un caminito pequeño, pero cuando llegué, el sol ya se había ido. Si es que había existido alguna vez.
jueves, julio 03, 2008
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