Estábamos en otro planeta. A nuestro alrededor, la nada. Una nada hecha de arena de desierto y montículos de caprichosas formas de piedra blanda y blanca moldeadas al antojo
del viento. El cielo, al atardecer, era una paleta de colores estrambótica e inabarcable, y la tierra un silencio pintado por Miró. Más tarde, la sensación de lejanía cósmica creció con una noche que no lo era del todo porque la luna iluminaba el paraje como un sol enano. Los montículos cogieron tonos azulados, y sólo la sensación de cotidiana gravidez mantenía relajados nuestros sentidos: seguíamos en La Tierra.
El desierto blanco de Bahariya es uno de esos paraísos del viajero infernal para el habitante local, pero su capacidad de transportarte a realidades imposibles es muy grande. Parece inimaginable imaginar lugares así, y sin embargo existen. ¿Será un fallo de la creación?
1 comentario:
Sigues hecho un poeta. Me dan ganas de subir corriendo a mi habitación, meter cuatro cosas en una mochila y salir pitando para ahí... o para cualquier otro fallo de la creación!
Hoy te mando bicos de lluvia galaica para ayudarte a moldear la arena del desierto.
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