Cuentan que hay un lugar en que las normas de la superficie terrenal y la apacible calma que nos transmiten desaparecen para convertirnos en nuestra peor versión. Es un submundo desconocido y peligroso. De este lugar nos separan sólo unos escalones que nos transportan al más allá de nosotros mismos, a nuestro lado más oscuro.
Al poco de descender y alejarnos de la cotidianidad, al separar nuestros pies del último escalón, una barrera infranqueable ya, nos espera la primera prueba. En una ventanilla nos muestra su cara un caronte monstruosamente aburrido que reparte unos tickets amarillos ante los cuales los viajeros afilan sus armas secretas. Abandonan cualquier vestigio de orden para solicitar su entrada al infierno. Venden su alma por una libra. No vale mirar a los lados, el viajero debe mirar sólo al frente, queda extasiado por una visión unívoca. Ningún otro foco es válido. El que no anda avispado se queda sin viaje y tendrá que esperar eternamente mientras los que van llegando por detrás van obteniendo sus tickets. Llegan como por generación espontánea y se hacen con el que podía ser el billete propio porque no hay cola ni orden alguno.
Después, a grandes pasos, firmes y decididos, el viajero, ya totalmente perdido, se dirige a uno de los varios tornos que vomitan filas de gente cuyo destino está marcado por la lucha sin tregua que acaba de iniciarse.
Bajan las escaleras ya convertidos en turbas de cientos y se preparan para esperar su wagon correspondiente. Da igual el lugar de la espera, por muy largo que sea el pasillo siempre estará rodeado por una gran cantidad de competidores. Y cuando llega el wagon, que le transportará, ya sin alma, a ningún sitio, comienza el climax de la pugna.
Entrar es el primer reto. La fila de wagones se mantiene abierta apenas unos instantes, y en ese breve momento, los que están dentro de los wagones intentan salir al mismo tiempo que los que están fuera intentan entrar. No hay lógica, sólo darwinismo descarnado.
Los cuerpos se funden para entrar y salir, la voluntad del individuo queda anulada porque ahora forma parte de una masa informe que empuja en un sentido u otro. En un momento determinado, las puertas se cierran y abandonan a su suerte a los que quedan en el camino. A partir de ahí, el wagon se detiene todo el tiempo que haga falta en el mismo sitio. Las puertas están acabadas en unas gomas que protegen del golpe. Pero si en vez de gomas hubiese cuchillas, el resultado sería un film gore múltiple e incesante.
Una vez dentro, la situación no mejora. El viajero está sometido a los demás, se deja llevar en volandas por la voluntad creadora de la masa. Y sólo le queda acertar a escapar en el lugar deseado. O quizá sólo le queda acertar a escapar.
¿Quién dijo Tokio? Piensen en el metro de Madrid y sólo verán caballerosidad a expuertas. Y es que, Egipto es otro mundo. En concreto, el tercero.
miércoles, febrero 13, 2008
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6 comentarios:
Amigo Rafalz Kapuscinski, te recomiendo la técnica Framar: Llegas a tu parada de metro y cuando todo el mundo empiece a moverse de forma anárquica gritas: "Hiiijoooooooooos de puuuuuuuuuuuta". Te harán un hueco. Pero si a pesar de ese grito lobuno hay alguien que se atreve a violar su espacio, ya sabes, violencia gratuita de Framar al grito de: "Nene, que yo soy un profesional". Suerte
Alfonso, hace gracia que le llames Kapuscinski, porque al leer esta entrada también me ha venido a mí a la cabeza. No estoy de acuerdo contigo, Rafiña: En el tercer mundo no hay metro, ni gente desesperada por conseguir un billete, ni prisas … sólo buses destartalados sin horario, recuerdas? La gente del tercer mundo, según Kapu, es muy paciente; yo creo que simplemente no les queda otra que conformarse con lo que hay, pues saben que no puede cambiar la situación:
“¿Cuándo sale el autobús? Pues, cuando se llene”. Vives como mínimo en el segundo mundo, meu. Beijinhos
que descripción tan acertada de la civilización, el metro y sus habitantes. así es. me encanta el aspecto gore de tu despcripción y me sumo a ella, la gente sin alma se desangra en los vagones o wagones con tal de llegar, ¿a dónde?.
Un besote y gracias por escribir de nuevo.
Joder Laura, iba a decir algo parecido. Si hay metro, como minimo 2 mundo.
Rafa, me apunto a la teoria de Alfonso, me contaron una historia de unos paisanos que se fueron a ver el interior de China, que de nos ser porque comenzaron con los mecagontos que existen, no habrian conseguido comer.
Por cierto, un abrazo
Bueno, lo de tercer mundo viene de la divisi'on de la postguerra mundial entre primer mundo (Occidente), segundo mundo (URSS y alrededores) y el tercer mundo (el resto, jodido por esta division). Y bueno, s'i, El Cairo es tercer mundo pero no cuarto mundo. Por cierto, abrasos a todos. Luis, Puta!
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