miércoles, febrero 13, 2008
El Claxon
Al principio fue un ruido constante y discontinuo, arrítmico, que se clavaba en las sienes. Pero poco a poco ha ido convirtiéndose en una melodía comprensible y cotidiana que explica muchas cosas. Miras alrededor cuando estás al borde de la carretera, como en un burladero que protege de un toro humeante y mecánico, y la anarquía rodante, lenta, ruidosa, adquiere un significado con sus pitidos. También lo ves dentro de los coches, esos milagros a cuatro ruedas que una vez tuvieron algún glamour cuando Europa alcanzaba el éxtasis de su propio milagro, del que guardan una reliquia en forma de matrícula holandesa, alemana, francesa, italiana o española de los 70 camuflada bajo otra egipcia, que los salvó del desguace de Roma, Lyon, Madrid, Rotterdam o Dusseldorf para dar un último servicio aquí. Para formar parte de una melodía comprensible y cotidiana hecha de ruidos constantes y discontinuos que se clavan en las sienes. El piloto cambia la marcha y toca el claxon, gira el volante y toca el claxon, se para y toca el claxon. Y todos los pilotos tocan el claxon. Y quizá esa anarquía rodante, lenta y ruidosa se mueve impulsada por el rebote de las ondas sonoras de unos coches en otros. Porque el claxon es lo único que suena saludablemente en sus carcasas exhaustas. Y es que, Egipto es otro mundo. En concreto, el tercero.
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