miércoles, diciembre 05, 2007

Vuelvo al blog

Vuelvo al blog. La última vez que escribí, salía de Australia. Han pasado muchos kilómetros y algunos países. Holanda y Bélgica fueron un colchón emocional entre la vida acabada en Sydney y el regreso a Córdoba. De paso, uní en dos semanas todas las que han sido mis ciudades: salí de Sydney, pasé por La Haya, cené en Bruselas, llegué a Madrid, regresé a Córdoba y terminé en Sevilla. Los reencuentros fueron llegando, siempre saben a poco. De ahí a Nápoles, de ahí a Estambul una semana. Granada, Valencia, Cuenca...Y acabó el misterio de la segunda fase. Firmé el acuerdo sobre la bocina, cuando se acababa el tiempo que el Icex nos había dado con su amenaza de convertirnos en exbecarios. Viviré un año en El Cairo.

Allá les espero.

Estambul

Los cinco sentidos son víctimas de Estambul, o más bien aliados. Estambul, afirma Arantza, entra por los cinco sentidos. Tiene olores a especias y a antigüedad, sabores a mediterráneo e islam, lleva a las pupilas épocas de todos los sabores, a los oídos llamadas a la oración al atardecer y cantos de celebración y protesta y ruidos, ruidos, ruidos. Su tacto, sin embargo, no se puede describir.

Pasé una semana bien rodeado entre amigos y vestigios de civilizaciones antiguas. Hablamos de Australia, Angola, Chile y todo lo que pudimos de Turquía. Especulamos con su política, atravesamos el Bósforo. Atardecimos frente a las mezquitas y desayunamos junto a antiguas iglesias. Andurreamos a lo largo y a lo ancho de esta ciudad que cierra Europa y abre Oriente. Nos planteamos los siguientes viajes, para no parar, porque de eso se trata, ¿no?

Napule

Napule, Napoli, Nápoles, Naples. En cada idioma un nombre para una ciudad indefinible, un galimatías urbano. Nápoles, la ciudad-volcán, que vive amenazada por sí misma, que asfixia a veces a sus gentes, que encanta al extranjero, que es un terremoto en potencia, un tsunami de lava en potencia, una lluvia de ceniza en potencia. Que hay que visitar ahora, porque vive en el ahora y porque no se sabe qué habrá después. Que tiene un brillo indefinible, difícil de captar para muchos, imposible de olvidar para cualquiera.

Marcella y Jessica se quejan de la falta de perspectivas en Nápoles, al tiempo que reconocen entre líneas su fascinación por su ciudad. Susana, bilbaína napolitanizada, habla con alegría de cómo la ciudad la ha cambiado, de cómo se ha metido en ella, la ha hecho más alegre. Tratamos de entender la ciudad, divagamos sobre su luz y sus sombras, extranjeros y locales, al tiempo que una lluvia atroz anuncia un bello día de boda unas horas más tarde. Disfruto de un tráfico circense, de unas conversaciones llenas de una sabiduría irónica y pesimista local de las que me empapo. Me lleno los oídos de músicas alegres llenas de melancolía que hablan de que pensamos que estamos bien para no ponernos tristes.

Leo como Peppe Lanzzeta, en su Tropico di Napoli, intenta mostrar el espíritu cautivador y cansino de la ciudad a través de un trainspotting napolitano con una sobredosis de Almodóvar que recoge la epopeya cotidiana de sus gentes. Sus miserias, sus grandezas. Exagera bocetos de su mediterraneidad, su italianidad, su españolidad. Atrapa como atrapa la ciudad.

Me despido de Nápoles después de dos días magníficos que me hacen reencontrarme con una ciudad que me cautivó hace mucho tiempo. Le digo hasta pronto, estoy seguro de que volveremos a vernos. Les deseo lo mejor a Sergio y Valentina, causa primera de mi visita, hastapronteo con Marcella. Descubro a Jessica, Susana y Barbara. Me voy con el estómago lleno de manjares, con la vista llena de anarquías individuales, con el espíritu repleto.

Me voy a Estambul.