jueves, diciembre 28, 2006
jueves, diciembre 21, 2006
En verde...
Efectivamente, estimados lectores, sus ojos no les engañan. Oceanía Directo abandona su negrura habitual para travestirse en verde. Así, este blog se hermana con la Heineken, con los viejos verdes, con el aro de la bandera olímpica que representa a Europa, con el 66% de la bandera andaluza y el 100% de la de Libia, con los mocos, con la selva amazónica, con la camiseta del Celtic de Glasgow horizontalmente y con la del Betis y el Córdoba verticalmente, con el ecologismo, con los envidiosos, con las verdureras, con los materiales radiactivos, con Shreck, con los campos de golf de la Comunidad Murciana, con el paisaje irlandés, con la clorofila, con los polos flash de lima limón, con Cabo Verde, con los reptiles, con la Guardia Civil, con el logo de la Sexta, con los chistes de sexo, con Joscha Fischer, con la selección de Nigeria, con las imágenes de los bombardeos de Bagdad, con el Gigante Verde, con las manzanas, con el té verde, con el insecticida Cruz Verde, con el Corte Inglés, con el increible Hulk, con los jardines botánicos, con Green Day, con los extraterrestres, con los melones, con Groenlandia y con la rana Gustavo.
Aún así, Oceanía Directo seguirá pensando en Negro.
Aún así, Oceanía Directo seguirá pensando en Negro.
martes, diciembre 19, 2006
Lucha Generacional
Los ojos alerta, el ceño fruncido, el gesto duro, impenetrable la mirada, leves gotas de sudor en las sienes, tensión máxima...ambos grupos se perciben con rivalidad, son concientes de la amenaza que representa el uno para el otro, de la necesidad de la aniquilación del rival para la supervivencia del grupo. El pistoletazo de salida desencadena una lucha sin cuartel por hacerse con el poder, con el control, con la superioridad, con la pervivencia grupal expresada en un canapé que echarse a la boca.
La escena es difícil de asimilar pero no obstante fácil de encontrar. En cualquier sarao que se organice en Australia para la comunidad española, becarios españoles expatriados y ancianos emigrantes jubilados rivalizan por hacerse con el preciado canapé. Preparan emboscadas al grupo rival, usan y abusan de sus armas secretas para vencer al otro: ora el descaro de la juventud, ora la sabiduría de la experiencia. Pugnan sin descanso por hacerse con el mayor número de canapés posible, por capitalizar la magra tortilla, por dominar el escaso queso manchego, por asaltar la viruta de jamón ibérico.
Las pretendidas identidades, realidades y especificidades nacionales saltan por los aires ante la evidencia de la españolidad más subconsciente y sin embargo profunda: el sex-appeal de la gratuidad, la atracción telúrica por lo que no se paga. El cónsul y el embajador asisten impertérritos al espectáculo mientras en su mirada se percibe una brizna de envidia por no poder participar en semejante disputa, sabedores de que los galones de su cargo les impiden unirse a semejante gozo carpetovetónico. Pero sus tripas palpitan igualmente.
Al otro de sus galones, la juventud mileurista y la ancianidad mal pensionada se regocijan en la lujuria del bocado subvencionado.
martes, diciembre 12, 2006
El semáforo*
El pasado 25 de octubre a las cinco de la tarde algunas de las más rutilantes estrellas de los últimos años en los 100 metros lisos, la prueba reina del atletismo, se dieron cita en George Street, la calle principal del centro de Sydney, con el objetivo de superar un nuevo desafío en sus fulgurantes carreras.
Allí estaban campeones olímpicos como Carl Lewis y Linford Christie, y mundiales como Asafa Powell y Ato Boldon. En esta ocasión los flashes esperaban al corredor que fuera capaz de cruzar un semáforo del centro de la ciudad australiana en el tiempo que dura en verde el indicador de los peatones. Se trataba de una prueba más fugaz aún que la especialidad de estos cuatro atletas, pero sin duda mucho más exigente.
Esta carrera llevaba al límite la necesidad de una salida en la que los movimientos de arranque fueran coordinados a la perfección, las zancadas de los primeros pasos llegaran a su máximo potencial, calculando una longitud extrema que no supusiera un riesgo para la musculatura de estos atletas, y la explosión de la carrera se prolongara en el tiempo escaso que dura la prueba. El reto exige la mayor concentración, y los movimientos deben calcularse al nivel de nanosegundos, ya que la más mínima distracción puede suponer que el competidor quede varado en la mediana sin posibilidades de cruzar la carretera de una sentada.
El ensañamiento con el que el departamento de tráfico del Ayuntamiento de Sydney ha calculado el tiempo de duración en verde del indicador de peatones en las calles del centro ha hecho que sólo superhombres de esta talla, la de los cuatro atletas mencionados, puedan aspirar a cruzar las calles de una sola vez. Los regidores de esta ciudad, que fue olímpica en el año 2000, exigen el máximo a sus ciudadanos en cada esquina, en cada cruce, en cada semáforo, y ni siquiera los cuatro reyes de la velocidad pudieron torcer el brazo de los políticos locales: ninguno llegó a cruzar esta meta simbólica.
Existen diversas teorías sobre el origen del veloz paso del color verde en los semáforos: una preocupación del Ayuntamiento por la salud de sus ciudadanos, de ahí que fomente la práctica del atletismo urbano; una rémora de la concienciación ciudadana sobre los beneficios del deporte que emprendió el gobierno local en vísperas de los Juegos del 2000; el pavor de los políticos australianos al ecologismo, que intenta reducir al mínimo cualquier referencia subliminal que pudiera hacer al pueblo presionar en favor de la firma del Protocolo de Kioto; un experimento oncológico para provocar un cáncer colectivo vía estrés, o una simple metáfora para recordar a los habitantes de Sydney la fugacidad de la vida.
* Fijense en el color verde del indicador de peatones.
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