No hay suerte más bella en el fútbol: el azar toma el balón y casi siempre llena el césped de injusticia. Como soy incapaz de ser neutral, siempre me he puesto de parte de alguien en los partidos, y más aún en las finales de la Champions. Desde la primera que recuerdo: aquella final PSV-Benfica del 88 que, por supuesto, acabó a penalties y elevó la figura del portero holandés Hans van Breukeleen, un héroe de la niñez desde entonces.
Ayer, otro portero holandés se convirtió en héroe. Veinte años después. Van der Sar, “el del mar” en holandés. Jugaba el tiempo a su favor, caía agua en Moscú como para jugar a waterpolo, y como para jugar con el apellido del futuro héroe. La final fue bonita, pero se veía venir la injusticia de los penalties venir y mi corazón se iba achicando.
Pero ganó el que yo quería.