jueves, mayo 22, 2008

Penalties

El corazón se encoje. Cada vez que los partidos terminan a penalties, el corazón se me hace más pequeño, las manos se me vuelven frías, los ojos se concentran en un único y esférico punto, y mi cabeza se pone en la cabeza del que va a lanzar, del que va a fallar, del que va a acertar, del que va a parar.

No hay suerte más bella en el fútbol: el azar toma el balón y casi siempre llena el césped de injusticia. Como soy incapaz de ser neutral, siempre me he puesto de parte de alguien en los partidos, y más aún en las finales de la Champions. Desde la primera que recuerdo: aquella final PSV-Benfica del 88 que, por supuesto, acabó a penalties y elevó la figura del portero holandés Hans van Breukeleen, un héroe de la niñez desde entonces.

Ayer, otro portero holandés se convirtió en héroe. Veinte años después. Van der Sar, “el del mar” en holandés. Jugaba el tiempo a su favor, caía agua en Moscú como para jugar a waterpolo, y como para jugar con el apellido del futuro héroe. La final fue bonita, pero se veía venir la injusticia de los penalties venir y mi corazón se iba achicando.

Pero ganó el que yo quería.

martes, mayo 20, 2008

¿Te gusta conducir?

Pues entonces deja la lectura del Corán para otro momento, ¡copón! que nos matamos!!

domingo, mayo 18, 2008

El desierto blanco

Estábamos en otro planeta. A nuestro alrededor, la nada. Una nada hecha de arena de desierto y montículos de caprichosas formas de piedra blanda y blanca moldeadas al antojo del viento. El cielo, al atardecer, era una paleta de colores estrambótica e inabarcable, y la tierra un silencio pintado por Miró. Más tarde, la sensación de lejanía cósmica creció con una noche que no lo era del todo porque la luna iluminaba el paraje como un sol enano. Los montículos cogieron tonos azulados, y sólo la sensación de cotidiana gravidez mantenía relajados nuestros sentidos: seguíamos en La Tierra.

El desierto blanco de Bahariya es uno de esos paraísos del viajero infernal para el habitante local, pero su capacidad de transportarte a realidades imposibles es muy grande. Parece inimaginable imaginar lugares así, y sin embargo existen. ¿Será un fallo de la creación?

domingo, mayo 04, 2008

Angola

“We are human beings.
When fear comes, sleep seldom can.
Not everyone can do everything.
The sailor talks about wind; the farmer, about cattle;
the soldier, about wounds.
As long as I breathe, I hope.
Life is vigilance.
There is no life in war.
Man is a wolf to man.
In the gardens of Bellona are born the seeds of death.
The outcomes of battles are always uncertain.
The who can prevail over himself in victory is twice victorious.
You know how to win, Hannibal, but not how to take
advantage of victory!
The only salvation for the conquered: not to expect salvation.
Being conquered, we conquered.
Who was he, who took up the fearsome swords?”

Así empieza “Another day of life”, the Ryszard Kapuscinski. Con su estilo entre el periodismo, la antropología y la literatura (¿acaso no debe ser eso el verdadero periodismo?) lleva al comienzo de una guerra que no era sino la prolongación final de siglos de guerra y devastación: la declaración de independencia de Angola y la subsiguiente lucha entre angoleños con la ayuda de cubanos, sudafricanos, portugueses, chinos, congoleños y la inestimable aportación del armamento americano, soviético y europeo en una orgía de sangre en la que hubo extrañísimos compañeros de cama. El polaco nos habla de desorden, desesperación e incertidumbre. Y el poema inicial, quizá del propio Kapuscinski (no viene firmado) nos lleva a la piel del soldado, empujado por la desesperación, como víctima y como verdugo. En su blog “In of Africa”, Dertyu contaba muchas de las consecuencias de aquella guerra en el país, experimentadas en su año en Angola. Hace poco se conmemoró el 40 aniversario de la matanza de Mi Lay, de la que el mundo se enteró por casualidad. Kapuscinski cuenta en este y otros libros muchos Mi Lays que nos hablan de víctimas y verdugos, Mi Lays que no han sido tan famosos y en los que rara vez los primeros que desenvainaron las espadas del miedo no fueron los mismos de siempre.