Quizá indica de forma directamente proporcional el número de calvos que hay en la ciudad, o inversamente proporcional los complejos de los ciudadanos. Si nos metemos en un aná
lisis más elucubrativo, puede ser que tenga relación con un cierto travestismo colectivo, una forma de tomar prestada otra forma, un deseo social de transformación inmediata y fugaz, un cambio de apariencia de quita y pon. Lo cierto es que Sydney está llena de tiendas de pelucas, se pueden encontrar por cualquier sitio, y es algo que quizá sólo ocurra aquí. Si la oferta respeta a la demanda, como dice la vieja y omnipotente ley, las tiendas de pelucas son a Sydney lo que los bares a Madrid, las creperías a París, las cafeterías a Nápoles, los psicoanalistas a Buenos Aires, los kleenex a Lisboa o el bicarbonato a Londres. Y me preocupa. Quizá sea una forma de rebelión estético-política contra el primer ministro, John Howard, el calvo más famoso de Australia. Pero lo dudo mucho, y eso también me preocupa.
