Dicen que en un vuelo que atraviesa la Tierra, como es el que va desde Madrid a Sydney, el jet-lag no sólo afecta al sueño, sino también al estómago, al sentido del humor y hasta al estado de ánimo. Dicen, y esto es más difícil de demostrar, que a veces, en este tipo de vuelos, el alma tarda más tiempo en llegar al destino que el cuerpo. Quizá fue esto lo que me hizo estar tan perdido los primeros días que llegué a Australia. Estar tan como no estando. Porque creo que mientras mi cuerpo vagaba por Sydney con sueño, su estómago destrozado, el sendito del humor alterado y el estado de ánimo por las nubes (lo que en el hemisferio norte sería por los suelos), mi alma se daba la gran vida por el planeta.
Quizá mi alma salió más tarde de aquel viaje porque se quedó despidiéndose de las personas a las que está más apegada en Córdoba, Sevilla y Madrid; saludando a viejos amigos en Bruselas, Roma y Nápoles; enamorándose de nuevo de Venecia, Amsterdam y Ljubljana; añorando experiencias no vividas en Argel, Beirut y Estambul, y curioseando en Nueva Delhi, Kuala Lumpur y Port Moresby.
Finalmente llegó a Sydney para ver qué pasaba, porque siempre hay que seguir, aunque sólo sea por ver qué pasa. Y aquí estamos, si es que todo esto ocurre de verdad, mi cuerpo y mi alma, siguiendo, viendo qué pasa.
viernes, febrero 16, 2007
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