En el principio fue la hora absurda: las 6.00 de la mañana. Hora de salida del aeropuerto de Barajas. Eso supuso un desbarajuste de mi concepción de la inteligencia humana: la agencia de viajes nos ponía el vuelo a las 6.00 desde Madrid para salir de Ámsterdam a las 13.00, de Kuala Lumpur a no sé qué hora y llegar a Sydney en algún momento determinado mucho tiempo después...todo ello desbarajusta mi concepción del tiempo y del espacio. El viaje comienza con un gran desbarajuste: acostarse a las 21.00 y levantarse a las 2.45 para coger un autobús a las 3.30 que te lleva al aeropuerto. Y aún hay más.
Unos 15 becarios Icex en Barajas: Sao Paulo, Lagos, Sydney...eso desbarajusta mi concepto de los kilómetros, y la tía de KLM haciendo pagar a unos sí y a otros no, pasando 54 kilos por la cara y haciendo pagar por 30 una eurada...eso desbarajusta mi concepto de la justicia (ya suficientemente desbarajustado a lo largo de los años). Primera parada: Ámsterdam. Sólo tres horas, en el aeropuerto, y no poder visitar una de las ciudades de mis amores, eso desbarajusta mis sentimientos.
Segundo avión hasta Kuala Lumpur. Despegue de Ámsterdam a las 13.00 horas, adiós a Europa por un año, eso desbarajusta mi sentido (escaso) del arraigo y la nostalgia. Sigamos. Casi sin haber cogido la altura suficiente, las azafatas con sus trajes malayos (KLM se travistió en Air Malaysia en el aeropuerto de Schipol para desbarajuste de todos los viajeros) nos sirven la comida y antes de que nos demos cuenta empieza a desbarajustarse mi sentido de la realidad física: se hace de noche. Último recuerdo de día: el mar Caspio. El avión sale de Holanda para pasar por Alemania y sobrevolar Berlín y sus Curriwurst, Polonia y sus fontaneros, Ucrania y sus columnas de humo en mitad de la estepa y el Mar Caspio.
La noche tan prematura e inesperada desbarajusta mi deseo de dormir. Me meto entre pecho y espalda Lost in Translation, que desbarajusta mi capacidad de entender el inglés y una partida de “50x15, quién quiere ser millonario” en inglés que me convierte en virtual ganador y multimillonario moral a 10.000 metros del suelo, eso desbarajusta mi concepción de la riqueza.
Paseo hasta la ventanilla de cola y asomado a la ventana diviso las montañas afganas que una vez fueron bombardeadas por el ejercito imperial en busca de un multimillonario saudí que quizá se encuentre en ese momento debajo de mí, o quizá se encuentre en Hollywood rodando su próxima aparición en Al –Jazeera. Pienso en Perry y en que si en ese momento la física se fuera a la mierda y mi avión se estrellase en este recóndito lugar del mundo, quizá ni él fuera capaz de encontrarme. Eso desbarajusta, o más bien desata, terror en mi subconsciente.
Regreso al asiento y de nuevo entre pecho y espalda me meto un bodrio de alto octanaje hollywoodiano: El diablo viste de Prada. Para que sea aún más fuerte el golpe para mi cerebro lo hago en italiano. Ni siquiera eso me noquea en una noche más larga que la de Neruda, y así decido iniciar un nuevo paseo a la cola. Eso sí, se desbarajusta mi concepción de la capacidad de aguante del ser humano. En ese momento aparece la India en mi vida: Nueva Delhi desde lo alto que se muestra infinita en la distancia y poco después Calcuta, donde quizá vaguen aún por callejones inmundos los hermanos pinzones con Colón. Eso desbarajusta mis recuerdos y mi sentido del humor.
Y de repente, entrando en la zona del mundo donde ha nacido el nuevo día, las azafatas malayas aparecen con una especie de cenayuno, porque el desbarajuste horario ha convertido lo que debería haber sido una cena en una especie de desayuno. Me tomo mi segundo plato de arroz con pescado, y algo se desbarajusta en mis intestinos.
Poco tiempo después del citado cenayuno comienza el descenso a la ciudad de las torres Petronas que, por supuesto, tampoco voy a poder ver de momento, y su verticalmente infinita ausencia desbarajusta mi alegría. Cuatro horas vagando por un aeropuerto que recuerda a la Estación Espacial Internacional, pleno día, y unas ganas inmensas de echar una cabezada se apoderan de mí: es el desbarajuste del sueño, el famoso jet-lag que aparece en mi vida...y lo que falta.
Por fin, último vuelo. Las antípodas están cada vez más cerca pero me da igual porque a esas alturas (en el doble o triple sentido), antes de que haya despegado el avión ya estoy dormido como un tronco sobre la península de Malaca, las innumerables islas indonesias y la entrada en el último continente: Oceanía.
Cuando despierto, un nuevo paseo a la cola del avión y aparece ante mí un infinito desierto rojizo: estamos en Australia. Vuelve a aparecer una noche improbable de forma inesperada, y un nuevo plato de arroz con pescado condena a mi aparato digestivo para los próximos días, aunque yo aún no lo sé. Eso desbarajusta mi futuro próximo.
La sensación de no saber qué hago yo aquí en este momento desbarajusta mi concepto de mi mismísima mismidad y lo soluciono con un nuevo sueño, porque a esas alturas hasta mi capacidad para actuar está desbarajustada. Y en esas aparece el aeropuerto de Sydney como último lugar del mundo, y como último lugar al que pensaría que podría llegar, aún si hacía apenas un montón de horas estaba seguro de que ese sería el final de mi viaje.
*Homenaje a la Orgui.
Unos 15 becarios Icex en Barajas: Sao Paulo, Lagos, Sydney...eso desbarajusta mi concepto de los kilómetros, y la tía de KLM haciendo pagar a unos sí y a otros no, pasando 54 kilos por la cara y haciendo pagar por 30 una eurada...eso desbarajusta mi concepto de la justicia (ya suficientemente desbarajustado a lo largo de los años). Primera parada: Ámsterdam. Sólo tres horas, en el aeropuerto, y no poder visitar una de las ciudades de mis amores, eso desbarajusta mis sentimientos.
Segundo avión hasta Kuala Lumpur. Despegue de Ámsterdam a las 13.00 horas, adiós a Europa por un año, eso desbarajusta mi sentido (escaso) del arraigo y la nostalgia. Sigamos. Casi sin haber cogido la altura suficiente, las azafatas con sus trajes malayos (KLM se travistió en Air Malaysia en el aeropuerto de Schipol para desbarajuste de todos los viajeros) nos sirven la comida y antes de que nos demos cuenta empieza a desbarajustarse mi sentido de la realidad física: se hace de noche. Último recuerdo de día: el mar Caspio. El avión sale de Holanda para pasar por Alemania y sobrevolar Berlín y sus Curriwurst, Polonia y sus fontaneros, Ucrania y sus columnas de humo en mitad de la estepa y el Mar Caspio.
La noche tan prematura e inesperada desbarajusta mi deseo de dormir. Me meto entre pecho y espalda Lost in Translation, que desbarajusta mi capacidad de entender el inglés y una partida de “50x15, quién quiere ser millonario” en inglés que me convierte en virtual ganador y multimillonario moral a 10.000 metros del suelo, eso desbarajusta mi concepción de la riqueza.
Paseo hasta la ventanilla de cola y asomado a la ventana diviso las montañas afganas que una vez fueron bombardeadas por el ejercito imperial en busca de un multimillonario saudí que quizá se encuentre en ese momento debajo de mí, o quizá se encuentre en Hollywood rodando su próxima aparición en Al –Jazeera. Pienso en Perry y en que si en ese momento la física se fuera a la mierda y mi avión se estrellase en este recóndito lugar del mundo, quizá ni él fuera capaz de encontrarme. Eso desbarajusta, o más bien desata, terror en mi subconsciente.
Regreso al asiento y de nuevo entre pecho y espalda me meto un bodrio de alto octanaje hollywoodiano: El diablo viste de Prada. Para que sea aún más fuerte el golpe para mi cerebro lo hago en italiano. Ni siquiera eso me noquea en una noche más larga que la de Neruda, y así decido iniciar un nuevo paseo a la cola. Eso sí, se desbarajusta mi concepción de la capacidad de aguante del ser humano. En ese momento aparece la India en mi vida: Nueva Delhi desde lo alto que se muestra infinita en la distancia y poco después Calcuta, donde quizá vaguen aún por callejones inmundos los hermanos pinzones con Colón. Eso desbarajusta mis recuerdos y mi sentido del humor.
Y de repente, entrando en la zona del mundo donde ha nacido el nuevo día, las azafatas malayas aparecen con una especie de cenayuno, porque el desbarajuste horario ha convertido lo que debería haber sido una cena en una especie de desayuno. Me tomo mi segundo plato de arroz con pescado, y algo se desbarajusta en mis intestinos.
Poco tiempo después del citado cenayuno comienza el descenso a la ciudad de las torres Petronas que, por supuesto, tampoco voy a poder ver de momento, y su verticalmente infinita ausencia desbarajusta mi alegría. Cuatro horas vagando por un aeropuerto que recuerda a la Estación Espacial Internacional, pleno día, y unas ganas inmensas de echar una cabezada se apoderan de mí: es el desbarajuste del sueño, el famoso jet-lag que aparece en mi vida...y lo que falta.
Por fin, último vuelo. Las antípodas están cada vez más cerca pero me da igual porque a esas alturas (en el doble o triple sentido), antes de que haya despegado el avión ya estoy dormido como un tronco sobre la península de Malaca, las innumerables islas indonesias y la entrada en el último continente: Oceanía.
Cuando despierto, un nuevo paseo a la cola del avión y aparece ante mí un infinito desierto rojizo: estamos en Australia. Vuelve a aparecer una noche improbable de forma inesperada, y un nuevo plato de arroz con pescado condena a mi aparato digestivo para los próximos días, aunque yo aún no lo sé. Eso desbarajusta mi futuro próximo.
La sensación de no saber qué hago yo aquí en este momento desbarajusta mi concepto de mi mismísima mismidad y lo soluciono con un nuevo sueño, porque a esas alturas hasta mi capacidad para actuar está desbarajustada. Y en esas aparece el aeropuerto de Sydney como último lugar del mundo, y como último lugar al que pensaría que podría llegar, aún si hacía apenas un montón de horas estaba seguro de que ese sería el final de mi viaje.
*Homenaje a la Orgui.
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