O. tiene dos compañeros de piso canadienses. Uno es anglófono y el otro francófono, uno cuadriculado y el otro desordenado, uno heterosexual y el otro homosexual, uno judío y el otro experimentador. Los dos están como una cabra. Pero en concreto, el segundo apareció el otro día un poco borracho por una celebración. Se había encontrado con un egipcio que le había preguntado (como todos) que qué pensaba él del islam. El canadiense dijo que le interesaba, y el egipcio le pagó un taxi (raro) para llevarlo a una mezquita e hicieron una ceremonia de iniciación. Los egipcios le hacían repetir una serie de salmos al tiempo que lloraban de la emoción y el canadiense, por dentro, se partía. Apareció en su casa y le confesó a O. la fechoría. Pensamos que fue capaz de celebrarlo con alcohol y carne de cerdo, pero no está comprobado. El anglófono le preguntaba que si estaba loco y afirmaba que con eso no se juega.
Ahora O. tiene una guerra civil en casa con uno de Ontario judío y otro de Québec musulmán.